Contando con la complicidad de un inmigrante africano que se encontraba sin contrato de trabajo y que debía renovar su permiso de residencia, le contraté para jugar al escondite con los espectadores de la exposición. Él siempre se escondía y los visitantes debían encontrarlo. Este contrato de trabajo le posibilitó arreglar su situación legal y no tener que esconderse de la policía en su vida cotidiana.